Para las cinco de la tarde de ese
dos de abril del 2013, día en que cumplía mis veinticuatro años, Leonardo y yo
estábamos listos. Ya habíamos cerrado la valija, la mochila, habíamos cargado
el equipo de mate. Mi papa había ido a subir la camioneta a la vereda para que
carguemos las cosas y llevarnos al aeropuerto. Nos íbamos una semana de vacaciones
a Brasil por primera vez juntos y yo, por primera vez, salía del país. Llovía
mucho, demasiado, pero en la página de la aerolínea nos informamos de que el
avión iba a salir de todas formas. Yo no entiendo todavía porque el avión
despego esa noche, nosotros y creo que muchos mas, no pudimos arribar el vuelo.
Creo que ésa fue una de las peores noches de mi vida: nunca voy a olvidar la
desesperación que sentí al no saber si mi papa estaba vivo...
Desde que estoy con Leonardo sé
que las cosas malas que nos ocurren nos sirven para unirnos aún mas. La noche
anterior habíamos peleado por estupideces y de golpe eso y todo lo otro perdió
su importancia. Él no puede dejar de pensar en que hubiese sido de mi de no haber
estado conmigo en ese momento. Yo no sé que hubiese sido de mi, de mis perros,
de la ropa y de mi papá. Lo cierto es que sobrevivimos a la inundación y que el
dolor ajeno por aquellas vidas que sí se arrebato el agua, nos pesa mas que
cualquier pérdida material nuestra: los gritos en la oscuridad pidiendo ayuda,
voces que intentaban encontrar a su familia, el sonido de la corriente de un
río insaciable paseándose como si nada por la calle de mi casa, los llantos,
los abrazos tristes, la impotencia de no poder salvar a nadie ni saber quien
necesitaba ser rescatado y quien estaba a salvo.
Al ver que el agua se metía en la casa de mis papas (la mía, que esta
justo al lado separada por un patio, esta construida un poco mas arriba) nos
arremangamos y empezamos a sacarla como pudimos y entre todos. Hasta Benjamín,
el mas pequeño de la familia, con solo 7 años agarro una pala para juntarla y
arrojarla por una de las ventanas de la puerta de entrada. Mi hermano Joaquin
dormía en su habitación en mi casa, todos los demás juntábamos y sacábamos agua
con baldes, trapos, secadores de piso y escobillones. Estábamos mi mamá, mi
prima de trece años, mi hermana de su misma edad, mi otra hermana de veinte con
su novio, Benjamín, Leonardo y yo. Al principio solo nos mojábamos los pies
pero por todas las habitaciones: el agua ya había cubierto todos los suelos y
seguía subiendo. Mi papa estaba afuera, en la puerta del pasillo, sosteniendo
una chapa para que la corriente que iba por la calle no se metiera. Nosotros
vivimos al fondo del pasillo y así estuvo desde las cinco y media de la tarde
aproximadamente hasta que ya no pudimos salir de la casa y no supimos mas de el
hasta la una de la madrugada cuando volvió gracias a que Leonardo, Joaquin y Facundo bajaron a abrirle, entre los tres, la puerta sellada con el peso del agua. No paró de llover hasta las cuatro de la mañana. Refugiamos a una vecina también con nosotros, dormimos todos juntos en una de las piezas de mis hermanas en la planta alta. Los tres perros grandes durmieron encerados en el baño y los otros dos chiquitos, entre nosotros.
Perdimos el vuelo, muchísimas cosas de la casa y hasta las ganas de seguir, por un momento.... Pero este blog no se trata de eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario